sábado, 8 de octubre de 2011

EL DIRECTOR FALLIDO (Autor: Émulo Borges Sapiente)

Todo habría ocurrido tal como aquí se expone si algún banco o una feliz institución poderosa se hubiera hecho cargo de los costes. Pero se nos quedó en esto.

El director de cortos estaba seco. Pasaron aquellos tiempos donde le venían ideas en cualquier bar, delante de un ejército de botellines vacíos, salvo el último que le había servido el camarero de mandil sucio, oídos atentos y palabra escasa pero suficiente.
Bastaba eso y poco más para empezar un martes a grabar en cualquier sitio con unos cuantos conocidos que hacían de actores y actrices. Muchos cortos caídos del cielo. Entre otros, títulos como: Vecinos irredentos, El calumniador, Sueños del trote mañanero, Soldados de plomo y sangre...


Había quedado mal con todos los actores menos uno. De él se acordó aquella tarde con color de noche, cuando levantó la vista del papel amarillento al cielo de Madrid en la feria del libro de otoño.
Llegó después de comer a las casetas que poblaban el Paseo de Recoletos. Serían las cuatro de la tarde. Quince minutos más tarde, cuando aún se encontraba emboscado en la primera caseta que había abordado, le llegó un mensaje al móvil: "no puedo ir, tío. lo siento, ya hablaremos". Bah, dijo el dircetor en voz baja, si esto es como el que se va a la piscina cubierta a nadar. Se miran libros solitariamente.
Se dijo eso, pero pensó otra cosa. Le jodió bastante. Y se quedó un poco bloqueado. Como absurdo entre tantos libros solo. Como en un mar de libros. En un océano de paginas.
¿Qué hago?¿Me voy a mi casa?... y así estaba, con la mirada perdida, atolondrado y pensando en marcharse a su casa, cuando cogió, un poco a lo tonto, un poco al azar un libro de tapas azul marino; gastadas, pero todavía dignas y resistentes al tiempo. O es que precisamente el tiempo las había vuelto dignas, porque estaba bien hecho aquel trabajo. Y también a lo tonto se puso a ojear aquellas páginas, cuando abrió el libro. Y el verbo ojear se trocó en hojear cuando de repente cogió al vuelo una palabra que por allí andaba.

jueves, 22 de septiembre de 2011

PRESENTACIÓN DE "SANGRE EN LA CALLE DEL TURCO" (José calvo Poyato)

Llegábamos a Madrid apurados de tiempo. Normalmente la carretera A-42 está bastante transitada, pero no suele haber atascos ni retenciones. Pues ayer hubo de las dos cosas. Origen del mal: partido de fútbol en el estadio Vicente Calderón, al que se accede si vienes del sur de la Comunidad de Madrid, por la vía antes mencionada.
Eran las ocho menos veinte y todavía nos encontrábamos parados en medio de la larga hilera de coches que llegaba hasta justo la entrada misma de la capital. Me ponía de los nervios, y más cuando luego vi en un panel luminoso que había "evento deportivo... bla, bla...". Hay que joderse, perderme la presentación de un libro que llevo esperando un mes por el fútbol. El fútbol es así. Fútbol es fútbol en teleparchís. Dónde quedaron aquellas noches de "Largero" de la cadena Ser. No lo sé, pero hoy es que no me interesa casi nada el deporte rey. No perderse a Fernando Alonso y el partido y las noticias de deportes de la sexta, canal plus, la uno, la dos, la tres, la cuatro, la cinco, la siete, y el largo etcétera de cadenas que nos fustigan con sus idénticos noticiarios deportivos, es la nueva religión de fieles "deportistas" de televisión y sofá.

Pero llegamos. Justo a las 20.00 horas de la tarde pasábamos al Círculo de Lectores de Madrid, en la calle O'Donell. Ni siquiera tuve que dejar el coche en un parking. En una calle cercana al lugar del acto cultural, un coche se marchaba justo cuando yo pasaba por allí. Era zona verde, pero como rozábamos la hora en que se termina la ORA, no sacamos papelito. Y andando rápido, con el libro bajo el brazo, cruzamos un par de calles para presentarnos puntuales a la cita.

En la puerta había un corrillo de gente, donde se encontraban J.J. Armas Marcelo (escritor que también intervenía en la presentación) y José calvo Poyato. Pasamos al moderno centro del Círculo, preguntamos por el salón donde se desarrollaría el evento y al pasar quedaban dos sitios muy buenos en segunda fila.

No había mucha gente, unas setenta u ochenta personas. José Calvo Poyato, J.J. Armas Marcelo y otra persona entraron en el salón a las ocho y cuarto y subieron a un estrado donde había una mesa con tres micrófonos y tres jarras de agua con un vaso al lado de cada una de ellas.

 Delante de cada micrófono un cartel con el nombre de cada uno de ellos marcaba su posición en la mesa. Mirando desde el público, Juancho a la izquierda, José en el centro y el otro hombre que entró con ellos, David Trías, a la derecha, editor de "Sangre en la calle del Turco" de la editorial Plaza y Janés.

Este último hizo una breve e insuficiente presentación, tanto en la forma como en el contenido. Lo que más resaltó del libro es que era trepidante, palabra que repitió dos veces en su corta participación en el evento. Lo que creí percibir al menos en sus palabras fue la auténtica admiración que sentía por José Calvo Poyato, cosa que salvó un poco el inicio del acto.

 Vino de otro pellejo fue la intervención de Juancho Armas Marcelo.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

MI ENCUENTRO CON JOAQUÍN COPEIRO (AUTOR DE "LA PUERTA DE LAS MENINAS")

Ayer asamblea en el anfiteatro moderno del Parque de las 3 culturas. Toledo. Después marcha de protesta contra los despropósitos de nuestros queridos políticos. La tarde ya se había ido y, una vez ocupada la calzada de la Avenida Europa, bajo las luces de las farolas veo fugazmente una cara que me resulta conocida. Me suena a un autor cuya foto venía tras la portada de "La Puerta de las Meninas", Joaquín Copeiro.

Dudo. No sé si es o no es. Y en caso de que sea, ¿qué le importa a él que me leyera su libro casi de un tirón y disfrutando como un enano perdido entre las callejuelas de Toledo?
Pues le importa y me lo dice después de que me haya acercado con respeto, tocándole en un brazo suavemente y , una vez vuelto hacia mí, haberle preguntado en voz sólo audible para él:
- ¿Es usted Joaquín Copeiro?

Cuando ya le he felicitado por el libro y le he dicho que me gustó más que la mayoría de libros que leo, me lo dice:
- Siempre anima a seguir escribiendo que te digan que algún libro tuyo gustó.

Caminamos al ritmo de la marcha antirecortes, conversando sobre los libros. Le digo que se nota cuándo un autor necesita escribir algo. Se percibe en la obra. Y eso el lector lo agradece. Él está de acuerdo.
Hablamos sobre la breve pero intensa y necesaria y fundamental obra del enorme Gil de Biedma. De Alberti y sus dotes desconocidas de prosista en "La arboleda perdida". De Toledo y su misterio eterno. De "El laberinto de la luz", obra con la que disfrutó escribiéndola más que con "La puerta de las Meninas".

Llega un momento en el que noto que quiere volver con la gente que ha venido al acto, y me despido con un apretón de manos y un pensamiento: el siguiente libro que me leeré, traicionando nuevamente a tantas obras que esperan pacientes, será "El laberinto de la luz".

viernes, 2 de septiembre de 2011

EL CAMINO O LA VIDA

A las siete de la mañana no ha amanecido del todo el 1 de septiembre. Todo duerme aquí todavía en el principio del camino de tierra en Illescas. LLegan ruidos de coches lejanos, pero no suficientes para molestar a las liebres que dormitan en las pequeñas lomas que flanquean la senda que lleva a Ugena. Lo sé porque se despiertan inquietas ante el ruido inesperado de mis pisadas en el amanecer, y corren hacia ninguna parte pero alejándose de mí sobre la tierra del camino.

Liebres y pequeños grupos de perdices son mis compañeras en la mañana de La Sagra. Estas últimas también huyen desorientadas sobre los campos duros y arados que limitan con este ancho camino.

También hay olivos bien alienados. Imponentes en su presencia y en su silencio, en el momento justo anterior a que sean invadidos por la luz del sol.

Pensaba en los amigos cuando veía todo lo que relato. En ningunos en especial; en nadie en concreto. Pensaba en el concepto de amistad, relacionado con mi vida, cuando veía todo esto. Y no sólo en la amistad; ahora que recuerdo, también pensaba en las opciones que te sirve la vida como cuando te dan a elegir entre tres platos principales, cuatro segundos y siete postres en cualquier bar de paso.
Pensaba en la vida, la amistad, las oportunidades, la muerte, la alegría, la incertidumbre y en otras tantas cosas.
Cuando salía a la izquierda otro camino.
Cuando apareció una pequeña caseta medio derruida (o medio construida, como dirían los equivocados espectadores no protagonistas de sus opiniones vertidas alegremente).
Cuando una vieja alberca se me presentó vacía (no creo que faltando agua en esta construcción venga nadie a decir tonterías del pesimismo).
Yo no sé que me aportó fisicamente la vuelta mañanera que me di.
Pero sé que estas cosas, y lo que que me rondó la cabeza, se acercaba mucho a la lucidez. Útil, incesante y fatal.

lunes, 29 de agosto de 2011

LA MALETA DEL VERANO

Me imagino hoy al verano haciendo la maleta. Será porque yo la tengo que hacer desde hace bastantes años a estas alturas de agosto: cuando empieza el curso, que es precisamente cuando dicha estación (deseada durante el resto del año) va desapareciendo.
En el comienzo del curso conviene despedirse del verano, con una tristeza llevadera y un mentiroso hasta pronto. Una melancolía profunda no es aconsejable, porque no nos dejaría ver la propia melancolía del otoño en directo (que es la única saludable): el amarillo de las hojas caídas de las ramas desnudas de los chopos, la lectura de un buen libro en el calor de una casa viendo cómo llueve por la ventana, el olor del material escolar nuevo con las risas renovadas.
Y el hasta pronto que le decimos al verano es mentiroso, pero es la mentira que más nos conviene. Si le dijeramos adiós, parece como si no fuéramos a volver a verlo. Si le dijéramos hasta luego, el engaño sería letal: hasta luego es cuando vas a ver alguien en ese mismo día, o al menos pronto. Y un curso, por muy rápido que pase el tiempo, es un curso, con sus diez meses.

Todo pasa y todo queda. Es lo que mejor explica cómo se sienta uno al empezar el curso, este primer verso de una pequeña gran poesía de D. Antonio Machado.

LOS PREAUTONÓMICOS (¿O QUISO DECIR PRESOCRÁTICOS?)

Una mujer, juez de juegos populares, comentaba en una comida después de una jornada de billa, caliche... la valía, el saber, de aquellos políticos PREAUTONÓMICOS.
Me recordaron sus palabras a aquellas clases de Filosofía donde no me enteraba de nada, pero aparecían los "AUTORES PRESOCRÁTICOS" en los apuntes que había tomado en clase cual zombi, y que luego yo leía como si aquellos textos desordenados los hubiera escrito otra persona, y no yo.

Los "AUTORES PRESOCRÁTICOS" eran bombones dentro de un envoltorio precioso, eran la auténtica autenticidad de la filosofía, manantial primigenio de ideas y debates, reflexiones sobre el existir y devenir de la vida. Los gestadores de "todo lo que vino después" (sí, las comillas son las de la ironía).

Y en eso pensaba yo cuando bebía vino, hoy en la comida de los jueces de los juegos populares, en Motilla del Palancar; cuando intentábamos hablar de política sin hacer daño, sin enseñar todas las cartas (ay de aquel que hable de política abiertamente en una mesa donde se sientan desconocidos con una sonrisa de póker, que no llega a ser sonrisa, sino agazapamiento para la zarpa mortal).

Y pensaba en la juez de juegos populares que conocía lo suficiente la política como para que sus palabras pesaran algo más que lo que decíamos los demás. No porque intentara imponerse gritando, ni con cabezonerías comunes en estas charlas. Era por algo que todos preveíamos, en el fondo de sus palabras.

Como los PRESOCRÁTICOS, los PREAUTONÓMICOS son como animales míticos de los mares de los mapas antiguos, en la Tierra Incógnita.

jueves, 25 de agosto de 2011

JOSEP PLA Y LA VELOCIDAD DE HOY

Es curioso cómo se inspiraba para escribir (o sea vivir, que son la misma cosa para un escritor de verdad) Josep Pla. Liando lentamente, sin prisa y sin parar, unos cigarrillos tan antiguos como el tiempo, como sus propias manos, ya un poco torpes por la vejez, en el programa de Joaquín Soler Serrano, "A Fondo".
La velocidad de hoy para llegar a tantos sitios que no llevan a ningún lugar, no nos daría permiso para quedarnos quietos y vivir con fruición, el liarse un cigarro y después fumarlo como si todo lo demás diese igual. Sin trascendencia pero suficiente, como la vista de un olivo, como estar cerca del mar.