Me imagino hoy al verano haciendo la maleta. Será porque yo la tengo que hacer desde hace bastantes años a estas alturas de agosto: cuando empieza el curso, que es precisamente cuando dicha estación (deseada durante el resto del año) va desapareciendo.
En el comienzo del curso conviene despedirse del verano, con una tristeza llevadera y un mentiroso hasta pronto. Una melancolía profunda no es aconsejable, porque no nos dejaría ver la propia melancolía del otoño en directo (que es la única saludable): el amarillo de las hojas caídas de las ramas desnudas de los chopos, la lectura de un buen libro en el calor de una casa viendo cómo llueve por la ventana, el olor del material escolar nuevo con las risas renovadas.
Y el hasta pronto que le decimos al verano es mentiroso, pero es la mentira que más nos conviene. Si le dijeramos adiós, parece como si no fuéramos a volver a verlo. Si le dijéramos hasta luego, el engaño sería letal: hasta luego es cuando vas a ver alguien en ese mismo día, o al menos pronto. Y un curso, por muy rápido que pase el tiempo, es un curso, con sus diez meses.
Todo pasa y todo queda. Es lo que mejor explica cómo se sienta uno al empezar el curso, este primer verso de una pequeña gran poesía de D. Antonio Machado.
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