Una mujer, juez de juegos populares, comentaba en una comida después de una jornada de billa, caliche... la valía, el saber, de aquellos políticos PREAUTONÓMICOS.
Me recordaron sus palabras a aquellas clases de Filosofía donde no me enteraba de nada, pero aparecían los "AUTORES PRESOCRÁTICOS" en los apuntes que había tomado en clase cual zombi, y que luego yo leía como si aquellos textos desordenados los hubiera escrito otra persona, y no yo.
Los "AUTORES PRESOCRÁTICOS" eran bombones dentro de un envoltorio precioso, eran la auténtica autenticidad de la filosofía, manantial primigenio de ideas y debates, reflexiones sobre el existir y devenir de la vida. Los gestadores de "todo lo que vino después" (sí, las comillas son las de la ironía).
Y en eso pensaba yo cuando bebía vino, hoy en la comida de los jueces de los juegos populares, en Motilla del Palancar; cuando intentábamos hablar de política sin hacer daño, sin enseñar todas las cartas (ay de aquel que hable de política abiertamente en una mesa donde se sientan desconocidos con una sonrisa de póker, que no llega a ser sonrisa, sino agazapamiento para la zarpa mortal).
Y pensaba en la juez de juegos populares que conocía lo suficiente la política como para que sus palabras pesaran algo más que lo que decíamos los demás. No porque intentara imponerse gritando, ni con cabezonerías comunes en estas charlas. Era por algo que todos preveíamos, en el fondo de sus palabras.
Como los PRESOCRÁTICOS, los PREAUTONÓMICOS son como animales míticos de los mares de los mapas antiguos, en la Tierra Incógnita.
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