A las siete de la mañana no ha amanecido del todo el 1 de septiembre. Todo duerme aquí todavía en el principio del camino de tierra en Illescas. LLegan ruidos de coches lejanos, pero no suficientes para molestar a las liebres que dormitan en las pequeñas lomas que flanquean la senda que lleva a Ugena. Lo sé porque se despiertan inquietas ante el ruido inesperado de mis pisadas en el amanecer, y corren hacia ninguna parte pero alejándose de mí sobre la tierra del camino.
Liebres y pequeños grupos de perdices son mis compañeras en la mañana de La Sagra. Estas últimas también huyen desorientadas sobre los campos duros y arados que limitan con este ancho camino.
También hay olivos bien alienados. Imponentes en su presencia y en su silencio, en el momento justo anterior a que sean invadidos por la luz del sol.
Pensaba en los amigos cuando veía todo lo que relato. En ningunos en especial; en nadie en concreto. Pensaba en el concepto de amistad, relacionado con mi vida, cuando veía todo esto. Y no sólo en la amistad; ahora que recuerdo, también pensaba en las opciones que te sirve la vida como cuando te dan a elegir entre tres platos principales, cuatro segundos y siete postres en cualquier bar de paso.
Pensaba en la vida, la amistad, las oportunidades, la muerte, la alegría, la incertidumbre y en otras tantas cosas.
Cuando salía a la izquierda otro camino.
Cuando apareció una pequeña caseta medio derruida (o medio construida, como dirían los equivocados espectadores no protagonistas de sus opiniones vertidas alegremente).
Cuando una vieja alberca se me presentó vacía (no creo que faltando agua en esta construcción venga nadie a decir tonterías del pesimismo).
Yo no sé que me aportó fisicamente la vuelta mañanera que me di.
Pero sé que estas cosas, y lo que que me rondó la cabeza, se acercaba mucho a la lucidez. Útil, incesante y fatal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario