Ayer asamblea en el anfiteatro moderno del Parque de las 3 culturas. Toledo. Después marcha de protesta contra los despropósitos de nuestros queridos políticos. La tarde ya se había ido y, una vez ocupada la calzada de la Avenida Europa, bajo las luces de las farolas veo fugazmente una cara que me resulta conocida. Me suena a un autor cuya foto venía tras la portada de "La Puerta de las Meninas", Joaquín Copeiro.
Dudo. No sé si es o no es. Y en caso de que sea, ¿qué le importa a él que me leyera su libro casi de un tirón y disfrutando como un enano perdido entre las callejuelas de Toledo?
Pues le importa y me lo dice después de que me haya acercado con respeto, tocándole en un brazo suavemente y , una vez vuelto hacia mí, haberle preguntado en voz sólo audible para él:
- ¿Es usted Joaquín Copeiro?
Cuando ya le he felicitado por el libro y le he dicho que me gustó más que la mayoría de libros que leo, me lo dice:
- Siempre anima a seguir escribiendo que te digan que algún libro tuyo gustó.
Caminamos al ritmo de la marcha antirecortes, conversando sobre los libros. Le digo que se nota cuándo un autor necesita escribir algo. Se percibe en la obra. Y eso el lector lo agradece. Él está de acuerdo.
Hablamos sobre la breve pero intensa y necesaria y fundamental obra del enorme Gil de Biedma. De Alberti y sus dotes desconocidas de prosista en "La arboleda perdida". De Toledo y su misterio eterno. De "El laberinto de la luz", obra con la que disfrutó escribiéndola más que con "La puerta de las Meninas".
Llega un momento en el que noto que quiere volver con la gente que ha venido al acto, y me despido con un apretón de manos y un pensamiento: el siguiente libro que me leeré, traicionando nuevamente a tantas obras que esperan pacientes, será "El laberinto de la luz".
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