Ahora todavía no sé cómo he llegado hasta el vídeo que motiva esta entrada del blog, pero el título anunciaba algo que me resultaba difícil de creer: un taller de literatura en una isla del Mediterráneo, compartiendo jornadas de calma islada junto al maestro y otros discípulos. Los sueños que tenemos son anticipaciones de lo que va a ocurrir o son una vehemencia profunda que acaba transformando en real lo que nos parecía una quimera... No lo sé, pero anoche, no podía creer lo que estaba viendo.
Todo comienza con unas palabras blancas sobre fondo negro, que no me resisto a transcribir, pues mi limitación literaria no es capaz de expresar mejor lo que anuncian tan bien, de forma sencilla, serena, mediterránea:
SEPTIEMBRE del 2010. En
un lloc llamado Binissaida,
donde se ve salir el primer
sol de Menorca, fueron
llegando las personas que
aquí aparecen atraídas por
alguien que creían conocer y
por algo que no sabían [...]
Y lo que no sabíamos,
ni maestro, ni discípulos,
ni organización,
ni familiares de unos y otros,
es que este encuentro nos iba
a cambiar la vida, que de él
nacerían nuevos y preciosos
vínculos, que de nuestros
fragmentos acababa de
formarse una vasija. Estas
son imágenes iniciales de aquel tiempo
inicial.
Y esto se ha salido de madre
en eso de la trascendencia
islada. Pero es igual.
He querido respetar la forma en que vienen distribuidas estas palabras en el vídeo. No porque crea que la persona que ha realizado el vídeo pensara en distribuir tales palabras con un sentido métrico, sino porque en esa libertad y caos de renglones está también la filosofía que desprenden esos encuentros menorquinos.
La imágenes edénicas son del lugar, una especie de masía gigante, donde la luz transforma todo en imágenes de cuento, de charlas alrededor de un almuerzo, de personas viviendo una ensoñación, escribiendo en rincones apartados, serenos, hay también diálogos entre el escritor y otra persona, no podemos saber lo que se están diciendo, pero hay una armonía entre los gestos de la manos y faciales, y la música que los acompaña, un jazz lento que envuelve esa luz, a los perretes jugando por todo el espacio para ellos, a las personas meditadando, escribiendo, hablando, dormitando... se ve también un faro rojo y blanco, sobre un pequeño conjunto rocoso, la tarde avanza a su final en la luz rosa y naranja que refleja el sol ya moribundo en las alargadas nubes que se estiran cubriendo todo el cielo, dejando un suspiro en el que mira porque sin haber estado allí, algo le llega, de verdad, de aquellos encuentros islados.
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