miércoles, 25 de abril de 2012

PARA (NO) SER UN RECUERDO HABRÁ QUE SER UN RELOCO

          Una canción dice que "para no ser un recuerdo habrá que ser un reloco". Y es verdad, y es verdad. Si no quieres ser lo que la gente quiere que seas te estás exponiendo al fuego amigo y sus miradas-tiros de arcabuz, sus habladurías a tus espaldas y lo que en realidad genera todo eso: la envidia, fuente de enfrentamientos y malos entendidos para las personas a las que les encanta ser malos entendidos y atizar con virulencia el fuego que queme tu imagen en la plaza pública (sí, lo que se hace con banderas o fotos de dictadores en algunos lugares). Aquí la palabra recuerdo tiene un sentido peyorativo, de souvenir corriente de plástico que se puede comprar lo mismo en Aranjuez que en Sevilla y que en Barcelona.

          Por otra parte no hay ninguna canción, que yo sepa, que diga que "para ser un recuerdo habrá que ser un reloco". Y tampoco es mentira, y es verdad, y ¡es verdad! Tiene sentido romántico aquí la palabra recuerdo y es ese hombre de los cuadros de Velázquez que ha aguantado en la puerta de la taberna catorce siglos y aún más, con arrugas en la cara, los mismos surcos y bellos rertorcimientos del tronco de los olivos que veía en verano anochecer con tres tragos de vino junto al resto de parroquianos duros y silenciosos, y que no existen más, hoy, en este plastificado siglo XXI, donde hay tanto ombligos y tan pocas arrugas como surcos. Este recuerdo es artesanal, único y parecido a los demás. Pero no en serie.

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