Ya ha pasado el tiempo de la charla después de comer, a la hora del café. Ahora has de tener móvil si quieres comunicarte con los demás a través del “guasap”. Uno sintió muchas veces las ganas de dejar caer con elegancia y algo de desprecio el móvil a una papelera o un cubo de basura.
Da pena también. Recuerdo un vídeo que nos ponían en la escuela en séptimo u octavo, de una colección que trataba sobre deportes. Una entrenadora de tenis decía que había que tener cariño por la raqueta que se utiliza. Lo decía con pasión y verdad. Como si a los implementos que utilizamos en nuestra vida tuviéramos que tratarlos bien, que eso luego redundará en nuestro beneficio. Pero un móvil, que es cierto que en un viaje nos puede ayudar o sacarnos de algún otro apuro, ¿le debemos veneración? ¿es dependencia? ¿es necesidad? ¿es amor? No me gusta la trascendencia, ya apuré sus posos en los libros de Saramago.
Tampoco estoy de acuerdo con los habladores de radio o televisión, que desde un púlpito imaginario hacen cátedra de no se sabe qué ciencia, afirmando con una oscura vehemencia: HEMOS FRACASADO, NO NOS SABEMOS COMUNICAR. EL SER HUMANO TIENE QUE ECHAR MANO DE APARATOS PARA COMUNICARSE.
En algunos años del siglo XX, aquí en Hispania, cuentan, que para leer algunos libros tenías que comprarlos de forma clandestina, porque estaban prohibidos. Hoy cienes y cienes de gentes pasan de largo ante un libro de Camus y Machado, para abalanzarse a la Sombra del viento o Iacobus.
Que dejen en paz a la gente, el primero yo: ¡no leas!, o mejor, ¡lee!, ¡lee todo!, desde los jeroglíficos nombres de los componentes del champú hasta las instrucciones del secador de pelo que anduviere por tu casa.
Que dejen en paz a la gente, el primero yo: ¡no leas!, o mejor, ¡lee!, ¡lee todo!, desde los jeroglíficos nombres de los componentes del champú hasta las instrucciones del secador de pelo que anduviere por tu casa.
Yo soy particular como el patio de la canción, y todavía tengo ni un puñado de amigos con los que sí guardamos esas charlas, cortas pero anchas, donde el tiempo se detiene en las fotos de caza del restaurante de Illescas, que parece de los de antes.
Por todo esto y mucho menos, lo más subversivo hoy es apagar el móvil donde haya plantaciones de ellos, y dejar perderse el tiempo entre los cafés y la charla sobre todo y sobre nada. La felicidad al alcance de la mano.
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