Por otra parte no hay ninguna canción, que yo sepa, que diga que "para ser un recuerdo habrá que ser un reloco". Y tampoco es mentira, y es verdad, y ¡es verdad! Tiene sentido romántico aquí la palabra recuerdo y es ese hombre de los cuadros de Velázquez que ha aguantado en la puerta de la taberna catorce siglos y aún más, con arrugas en la cara, los mismos surcos y bellos rertorcimientos del tronco de los olivos que veía en verano anochecer con tres tragos de vino junto al resto de parroquianos duros y silenciosos, y que no existen más, hoy, en este plastificado siglo XXI, donde hay tanto ombligos y tan pocas arrugas como surcos. Este recuerdo es artesanal, único y parecido a los demás. Pero no en serie.
miércoles, 25 de abril de 2012
PARA (NO) SER UN RECUERDO HABRÁ QUE SER UN RELOCO
Por otra parte no hay ninguna canción, que yo sepa, que diga que "para ser un recuerdo habrá que ser un reloco". Y tampoco es mentira, y es verdad, y ¡es verdad! Tiene sentido romántico aquí la palabra recuerdo y es ese hombre de los cuadros de Velázquez que ha aguantado en la puerta de la taberna catorce siglos y aún más, con arrugas en la cara, los mismos surcos y bellos rertorcimientos del tronco de los olivos que veía en verano anochecer con tres tragos de vino junto al resto de parroquianos duros y silenciosos, y que no existen más, hoy, en este plastificado siglo XXI, donde hay tanto ombligos y tan pocas arrugas como surcos. Este recuerdo es artesanal, único y parecido a los demás. Pero no en serie.
miércoles, 18 de abril de 2012
PALABRAS, NIÑEZ Y RECUERDOS
Es curioso la fuerza que ejercen en nosotros las palabras. Escucha uno la palabra escuela y le vienen a la memoria los lápices con la punta recién sacada y su olor inolvidable, un babi azul marino y los partidillos de fútbol después de clase. Sin embargo escucho colegio y ya pienso en las gotas de lluvia que corrían por la ventana los días grises, el reloj parado en la pared gris y la cara (gris) de don X… todo gris. Oficial, obligatorio, gris.
Me pasa lo mismo con las palabras maestro y profesor. Maestro me suena a aquellos del Renacimiento (afán, constancia, algo de locura y mucho genio en ayunas), o a los que salen en los libros de Blasco Ibáñez o Josefina Aldecoa: miseria y devoción por la enseñanza. Sin embargo la palabra profesor me suena a cumplir horarios e instruir. Tal vez en la Universidad, la palabra profesor adquiera una altura, una consideración, si ves que quien se sube a un estrado no lee continuamente de un papel y transmite con sus maneras igual que con su memoria.
Lo que pasa es que los pequeños y pequeñas que nos rodean en las aulas no son tontos y a las palabras colegio y profesor les cortan imaginariamente con sus pequeñas tijeras lo que ellos creen conveniente, lo que les sobra.
Lo hacen intuitivamente: colegio se queda en cole, y así tiran a la basura el recorte gio, es decir las caras largas, la sirena que marca el final del recreo, la extrema disciplina… todo aquello que tenía la palabra colegio. Y cambian todo eso para quedarse con la sirena que suena para anunciar el principio del recreo, las risas que pueblan los pasillos, los cambios de cromos a las doce y cuarto (lete…lete…lete…¡nole!) y la comba al sol; que es a lo que suena cole. Nos ha fastidiado.
Y con profesor pasa lo mismo. Si en la Universidad tiene algo respetable este término, en el cole la palabra profesor es un rollo. Y nuestros chicos y chicas cogen alegremente (es que hay que cerrar los ojos, imaginártelos y verlos) las tijeras y ¡ras!: el trozo sor a la papelera. Así, sin más. Allí donde había seriedad ahora ha de haber jovialidad. Antes ceños fruncidos, hoy sonrisa comprensiva, ánimo. Aunque ellos saben que de vez en cuando tenemos que agregarnos el sor otra vez, y se dirigen a la papelera, cogen el trocito de papel y con la barra de pegamento nos permiten volver a ser profesor, si han hecho o han dejado de hacer algo que no debían y saben que “tenemos que hablar”. La mayoría de ellos quieren armonía en la clase, no injusticia, que también la entienden “aunque sean niños”.
Para terminar con todo esto de lo que le dicen a uno las palabras, lo haré con algo relacionado con la palabra libro. Y no voy a ir a la etimología ni voy a poner definiciones ingeniosas de autores o autoras de lo que ellos consideran qué es el libro (por otra parte ambas cosas respetables).
El otro día vi (otra vez) la genial película “Huracán Carter”. No sé si la habéis visto, pero tranquilos que no voy a deciros cómo termina. Sólo decir que es una película muy bien hecha, donde además la banda sonora cuenta con una canción brutal de Bob Dylan, que comparte título con la peli. Y Denzel Washington se sale. Pero lo que más me gusta de la película es cuando algunos personajes de la película van a una feria de libros usados, y se ve a una carretilla elevadora que vuelca un montón de libros en una especie de cajón gigante donde se abalanzan un montón de personas a por algún tesoro (El que va a esos sitios sabe que es como ir de caza). Pues bien, el niño (casi adolescente) que coprotagoniza la película coge un libro que luego será esencial para el desarrollo del argumento, y alguien en algún momento de la peli le dice que es el libro el que te elige a ti y no tú a él, o algo así.
lunes, 16 de abril de 2012
APAGANDO EL MÓVIL ALLÁ DONDE HAYA COBERTURA
Ya ha pasado el tiempo de la charla después de comer, a la hora del café. Ahora has de tener móvil si quieres comunicarte con los demás a través del “guasap”. Uno sintió muchas veces las ganas de dejar caer con elegancia y algo de desprecio el móvil a una papelera o un cubo de basura.
Da pena también. Recuerdo un vídeo que nos ponían en la escuela en séptimo u octavo, de una colección que trataba sobre deportes. Una entrenadora de tenis decía que había que tener cariño por la raqueta que se utiliza. Lo decía con pasión y verdad. Como si a los implementos que utilizamos en nuestra vida tuviéramos que tratarlos bien, que eso luego redundará en nuestro beneficio. Pero un móvil, que es cierto que en un viaje nos puede ayudar o sacarnos de algún otro apuro, ¿le debemos veneración? ¿es dependencia? ¿es necesidad? ¿es amor? No me gusta la trascendencia, ya apuré sus posos en los libros de Saramago.
Tampoco estoy de acuerdo con los habladores de radio o televisión, que desde un púlpito imaginario hacen cátedra de no se sabe qué ciencia, afirmando con una oscura vehemencia: HEMOS FRACASADO, NO NOS SABEMOS COMUNICAR. EL SER HUMANO TIENE QUE ECHAR MANO DE APARATOS PARA COMUNICARSE.
En algunos años del siglo XX, aquí en Hispania, cuentan, que para leer algunos libros tenías que comprarlos de forma clandestina, porque estaban prohibidos. Hoy cienes y cienes de gentes pasan de largo ante un libro de Camus y Machado, para abalanzarse a la Sombra del viento o Iacobus.
Que dejen en paz a la gente, el primero yo: ¡no leas!, o mejor, ¡lee!, ¡lee todo!, desde los jeroglíficos nombres de los componentes del champú hasta las instrucciones del secador de pelo que anduviere por tu casa.
Que dejen en paz a la gente, el primero yo: ¡no leas!, o mejor, ¡lee!, ¡lee todo!, desde los jeroglíficos nombres de los componentes del champú hasta las instrucciones del secador de pelo que anduviere por tu casa.
Yo soy particular como el patio de la canción, y todavía tengo ni un puñado de amigos con los que sí guardamos esas charlas, cortas pero anchas, donde el tiempo se detiene en las fotos de caza del restaurante de Illescas, que parece de los de antes.
Por todo esto y mucho menos, lo más subversivo hoy es apagar el móvil donde haya plantaciones de ellos, y dejar perderse el tiempo entre los cafés y la charla sobre todo y sobre nada. La felicidad al alcance de la mano.
miércoles, 4 de abril de 2012
DONDE DUERMEN LOS SUEÑOS DE SANCHO Y ALONSO
Creo que si Pío Baroja pudiese ver a Don Quijote y a Sancho durmiendo entre sus páginas sacaría la sonrisa esa tan cruda que ponía, tanto en el corto vídeo que hay por ahí sobre su actuación en una película y se puede observar en su físico, como en los libros con su visión catastrofista y desprendida a la vez.
Y... en el fondo... le gustaría, como le gusta dejar a su protagonista en sus libros cerca siempre de una gran pasión, aunque nos lo pinte cada vez, y con denodado esfuerzo, de un escepticismo sin fisuras. Creo que ese escepticismo, que era el suyo, acababa por agrietarse con algo que no sé si tenía él, pero que a sus personajes les acababa por definir: la bondad. Es como si en el transcurso de cada día uno fuese perdiendo la esperanza y la creencia en los demás, para levantarse todas las mañanas con la conciencia lavada y el convencimiento de que aquello fue un mal sueño y hay un mañana donde se pueda vivir mejor que hoy.
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