viernes, 5 de junio de 2020

CAMINANDO UN SONETO DE GARCILASO POR TOLEDO (soneto I)

Coger el coche para ir a Toledo, cuando se ha ido a Toledo cientos de veces, fue algo así como cumplir un sueño. Todos los días se cumplen sueños de andar por casa, de conducir por La Sagra a poca velocidad, de caminar por Toledo.
Vas despacio por la A-42, escuchando las canciones de Lichis y Rubén Pozo, Mesa para dos, disfrutando cada kilómetro como si acabasen de construir la carretera y la estuviésemos estrenando. Eso es: estamos estrenando lo que era cotidiano.

No sé si es subjetividad, pero me pareció ver ciertas aves en el entorno del Tajo, que no se veían o era difícil verlas. El Tajo por lo visto sigue llevando la misma suciedad que la que llevaba antes del covid. Eso es lo que contó Eduardo Sánchez Butragueño en un archivo de audio de Ivoox: habían hecho pruebas al agua del río en tiempos del covid, y seguía dando resultados negativos; prueba, contaba él, de que no eran las aguas vertidas de la industria las que contaminaban, sino las aguas residuales de Madrid y otros pueblos, vertidas al Manzanares que llega al Jarama, afluente del Tajo.




"Cuando me paro a contemplar mi estado,
y a ver los pasos por do me ha traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado"

Aparqué el coche al lado del puente de San Martín, y desde allí hasta la plaza de San Román fui leyendo el soneto I de Garcilaso de la Vega, a veces caminando, a veces parado de pie, pocas veces sentado, en tiempos de covid sentarse no es buena idea, eres sospechoso (la mascarilla la llevaba puesta).
O sea que Garcilaso, cuando se para a contemplar su estado y ver el recorrido de su vida, observa que anduvo a veces perdido, y se da cuenta de que pudiera estar peor... ¿se refiere a su vida militar o amorosa? ¿A ambas? ¿Juega con la ambigüedad? Puede ser para sendos ámbitos: si un soldado como él, mira para atrás y es consciente de las veces que estuvo en lances propios de la milicia, sabe muy bien que podría haber acabado peor, sin vida o herido gravemente; del mismo modo, si un hombre al que le gustaban mucho las mujeres, como a él, mira sus pasos furtivos, sabe que aunque esté mal en el momento de escribir el soneto, la situación no es tan dramática... aunque el soneto sigue.

Directamente me he ido a su pedestal a la plaza de San Román, a pedirle que se baje y me cuente por su viva voz, qué es lo que dice el soneto. "Bien claro está, zagal", parece decir desde arriba, y no baja, está muy estirado "cuesta mucho ser Garcilaso, sin dejar que caiga ni la pluma ni la espada".




"mas cuando del camino estó olvidado,
a tanto mal no sé por do he venido;
sé que me acabo, y más he yo sentido
ver acabar conmigo mi cuidado"

En la edición que leo yo, de Cátedra, realizada por Consuelo Burell, nos dice que mi cuidado hace referencia a mi amor. A ver Garcilaso, he venido aquí a tus pies a intentar comprender: una vez que olvidas el recorrido, el camino, y te fijas únicamente en tu estado, no entiendes qué ha pasado... ¿cinismo? Vale, vale, no te enfades, pero es que pareces el típico galán de capa, espada, reja y farol de medianoche, y te quejas cuando eres tú mismo el que te metes en líos con las mujeres.
Y te pones muy drástico, sabes que te acabas, ¿que mueres?, que has sentido que mueres una vez que tu amor muere. Ya nada tiene sentido sin ese amor, ¿verdad? "Nada voy a decir, si no sabes leer ni comprender ni entender, deja mis sonetos y dedícate a otra cosa".

Me voy de allí, hacia la Plaza del Ayuntamiento, las telas verdes que cubren los andamios de la catedral no me ayudan a entender nada. Sigo camino del río Tajo, a ver si allí pesco las ideas más frescas del soneto. Desde el puente de San Martín hasta la catedral sólo me he encontrado a cuatro personas.
Al acercarme al Tajo, hallé un azulejo donde se leía "Aquí se alzaron las casas de Catalina de Salazar, esposa de Cervantes, y en ellas se alojaba el escritor cuando venía a Toledo", ahora sí, pensé, el espíritu de Cervantes me va a ayudar a comprender al poeta por el cual sentía el alcalaíno una verdadera admiración:




"Yo acabaré, que me entregué sin arte
a quien sabrá perderme y acabarme
si ella quisiere, y aun sabrá querello."

A ver, don Miguel, no baje usted tan rápido al río a dar una vuelta, escúcheme por favor: Garcilaso se está tirando al barro, no le importa echarse en brazos de la muerte pues todo lo apuesta por ese amor, aun a sabiendas de que la dama le dará la espalda y, por eso, sabe que morirá. ¿Don Miguel? ¡Oiga! Nada, ni caso. Garcilaso me desdeñaba, y Cervantes ni me escucha. Se va de su matrimonio a buscar musas moradoras del Tajo. Ya lo he perdido de vista. Bueno, menos mal que lo tengo con solo estirar el brazo desde mi cama para alcanzar a sus marionetas del Quijote.

Por toda la senda del Tajo hay muchos hombre y chavales pescando, en grupos pequeños. Algunos se ve que han llegado juntos, otros quedan allí, contentos de su estreno de antiguas cotidianeidades.
Hay dos chicos que están fotografiando a un pedazo de pez (black bass parece): mientras uno lo sostiene en cuclillas, cogiéndolo por la cola y debajo de la cabeza, el otro lo fotografía alucinadamente.
La luz de la tarde hace el paseo muy agradable por la senda ecológica. Hago una pequeña parada para hacer la foto del postureo: el libro, los cañaverales del Tajo y el puente de San Martín.
Se lo comentaba hace poco a una mujer mitológica que hallé en una cueva al lado del mar: hace unos años me interesaba que se pudiera aparecer el fantasma de Garcilaso en los alrededores de la plaza de San Román, hoy el misterio está más cerca y es más potente: Garcilaso estuvo aquí, y el traer sus versos a la orilla del Tajo es resucitarlo, ¿murió alguna vez?, es volver a poner su voz en la vida, en estos sonetos inmortales:




"que, pues, mi voluntad puede matarme,
la suya, que no es tanto de mi parte,
pudiendo, ¿qué hará sino hacello?"

Ni Garcilaso, ni Cervantes, ni ahora sus musas aquí en su hábitat fluvial me ayudan: todo está ahí en las palabras, terminando el soneto en ese desesperado y hermoso último terceto. Yo creo que Garcilaso está diciendo: si yo mismo soy capaz de matarme echándome en tus brazos, qué no serás capaz de hacer tú, que no es tu vida y la mía en poco o nada la tienes. Un llanto atormentado, del amante que da hasta la vida por el amor, por el desamor de la mujer que no corresponderá, a la que no le importará hacer todo el daño del mundo, pues no siente lo que él.

Me vuelvo ya, Garcilaso nos camina por dentro, nos viaja quinientos años, y nos recuerda que el amor, perdón, que el AMOR, es inmortal y hoy hemos vuelto a saborear ese dulce amargor.

jueves, 21 de mayo de 2020

INVENTARIO DE GRATITUDES 01 El archivo de audio



     Hay una frase que he leído mucho en diverso formato: red social, prensa (el papel nuestro de cada día) o webs de medios digitales, algo así como "éramos felices y no lo sabíamos", o enunciados parecidos, que tratan de recordarnos que ha tenido que ocurrir la pandemia para valorar lo cotidiano. No se cree uno más listo que nadie, ni considera a sus allegados mejores que los de los demás; pero ya contemplábamos nosotros un regalo muchas de las cosas que formaban, integraban parte de nuestro cotidiano discurrir.
Comienzo hoy un tema en este blog (blog que tenía lleno de polvo virtual, inmaterial pero patente y terco en esa fecha anterior once de noviembre de dos mil diecisiete), un tema: INVENTARIO DE GRATITUDES, que intentará abarcar los elementos que antes de las actuales circunstancias ya eran importantes, pero que en el confinamiento se han convertido en pequeños presentes que nos han ayudado a atravesar el tiempo de las cuatro paredes, y tirarlas un poco sin salir de ellas.

Hoy: EL ARCHIVO DE AUDIO (podcast, sí).
     Me gustaría saber cuándo fue la primera vez que descargué un archivo de audio en mi viejo mp3 (lo estropeé e inutilicé al olvidar sacarlo del pantalón de correr, y lavarlo en la lavadora). Era un minúsculo y durísimo reproductor de mp3 que no soportó las vueltas y detergentes de la lavadora. El de ahora no está mal pero es más delicado y no se pueden apretar lo botones con rotundidad, se bloquea, hay que acariciarlos.
¿De qué trataría el primer archivo de audio? ¿Cervantes, el Brujo, Alfonso décimo, los sefardíes? Tengo un disco duro donde grababa todos y cada uno de los archivos, como si quisiera encerrar en la bodega del barco todo. Como si me diera miedo que se perdiesen esas grabaciones por la red, pero claro llegó un momento que era una locura seguir acumulando audios, cuando la red los atrapa, los guarda y los muestra bien, hay que reconocerlo.

     ¿Cómo se amplían los temas de interés? Es un misterio. Uno busca por esa estantería infinita de la red, una especie de tabla de helados de nuestra infancia en la que no sabías cuál elegir, ahora se descubre y se esconde interminable en ese espacio vertiginoso, con puertas de entrada: la web de RNE, Ivoox, YouTube... Y navegas buscando puerto: una entrevista, una charla, un debate, una conferencia, un diálogo, un programa donde se recite, donde se discuta, un archivo de audio, en definitiva, que te haga compañía durante la limpieza del hogar, la ordenación de una habitación, el paseo...

     Ya está dicho antes: qué suerte poder escuchar música o audios pulsando el play de un aparato. Hace relativamente poco, poder escuchar música sólo era posible en directo. Pero el archivo de audio tiene menos años todavía, o sea, que la magia está servida: poder elegir en cualquier momento. Cuando yo tenía quince, dieciséis años, me quedaba escuchando en las noches de verano Hablar por hablar, Si amanece nos vamos... y quedarte dormido (si no lo grababas) suponía perderte el programa. Eso se ha terminado. Ahora se puede escuchar prácticamente todo cuando quieras. Por eso la gratitud.

     A mí me gusta mucho jugar a eso de elegir la película, el disco, el lugar... favoritos. Si tuviera que elegir un archivo de audio de todos sería muy difícil: la entrevista a Umbral en Negro sobre blanco, las conferencias de doña Carmen Vaquero Serrano sobre Garcilaso, algunos programas de Radio Clásica como el de Música Antigua sobre el Tesoro de la Lengua castellana o española, las charlas alrededor de Cervantes, alrededor de Chaves Nogales, alrededor de Gómez de la Serna, los programas de Documentos RNE como el especial del Museo del prado o el de el Greco, los ciclos de la Fundación Juan March como el de los diarios de Trapiello o escuchar la voz de Fernando Zóbel... me dejo muchos perdidos en el tiempo, en muchos años ya, parece mentira.

     El archivo de audio o el viaje en lo cotidiano.

sábado, 11 de noviembre de 2017

película 11 ORO (Agustín Díaz Yanes)

(Imagen de AtresMedia)

(Si usted, inédito lector, no ha visto todavía la película, 
puede encontrar aquí detalles 
que le desvelen partes de la misma)          


          No llegan a cuajar del todo las películas basadas en libros o, como en el caso de Oro, relatos de Arturo Pérez-Reverte.  Pensaba en ello después de verla, anoche. A las diez menos cinco, ocho personas esperábamos a que se apagara la luz, y la pantalla volviera a meternos en eso de "la magia del cine". Todavía me pasa, aunque voy muy poco; ver una película en el cine me sigue atrapando, independientemente de lo que me guste la película.

          Oro es un sí pero no; un no, pero casi... sí. José Coronado (Bastaurrés) (que a ver si hace ya una película de Francisco de Goya y Lucientes) está muy en soldado de los tercios; Raúl Arévalo (Martín Dávila) se quita la sonrisa en toda la película y engola su voz, haciéndonos olvidar sus papeles alegres y juveniles; hasta podemos escucharle una frase del libro "Tirant lo blanc": "Porque soy un hombre de poca condición y sin ningún título"; Óscar Jaenada (Juan de Gorriamendi),  nos aparece en la selva "como tiro de arcabuz", valiente y bravucón, su actuación me recordó a aquel prólogo de Pérez-Reverte para el libro "Vida de este capitán" donde un capitán real, Alonso de Contreras, nos cuenta su vida. Juan Carlos Aduviri (el guía de la expedición, Mediamano), un curtido indio, más fiel a los españoles, que algunos de los expedicionarios. O José Manuel Cervino (capitán don Gonzalo de Baztán), cumple verazmente con el papel de navarro viejo, cruel y decadente, trasunto del conquistador Pedro de Ursúa, personaje real. 

          Juan José Ballesta (Iturbe) en sus maneras sí es un soldado de aquellos, pero cuando habla sale el chico de barrio, con el habla del chico de barrio, y eso que habla poco. Y el lenguaje está cuidado en general, aunque sobran algunas conversaciones entre Bárbara Lennie (doña Ana, joven mujer de don Gonzalo de Baztán) y Anna Castillo ("La Parda", criada de doña Ana), donde sólo falta la bolsa de pipas y el litro de cerveza para que parezca que estén hablando en un banco por el Madrid de los Austrias. Sin embargo no sería yo justo si sólo dijera eso de ambas actrices; tienen un papel solvente, también sus rostros y maneras siguen la línea de los demás, y una vez que Anna Castillo, "La Parda", muere por la picadura de una serpiente, Bárbara Lennie, doña Ana, sobresale en la recta final de la película. 

          Papeles brillantes, pero poco aprovechados, son los de Luis Callejo (Páter Vargas), pues se ve la parte más negativa y cruda de la Iglesia en el asunto, pero fue mucho más complejo de lo simplista del tratamiento en la película, ahí están las crónicas; como la participación de Andrés Gertrúdix (el licenciado Ulzama), es una figura muy interesante de esas expediciones, ya que es la que deja por escrito lo que ocurre, y hoy podemos acercarnos a lo que ocurrió. Aun teniendo más protagonismo que el páter, ambos podrían haber ocupado minutos que por el contrario se utilizaron para abusar de planos generales de la selva y de la expedición caminando a través de ella.

          Lo mejor de este tipo de películas es ver luego las entrevistas a director y actores en distintos diarios o medios digitales, donde los periodistas, siempre hacen preguntas orientadas a saber la opinión del entrevistado acerca de su postura ante el episodio de la Historia de España en la que está basada la película. No vaya a ser que alguno de ellos se equivoque y diga algún aspecto positivo del papel de España. Por Dios.

          Hay un guiño, intencionado o azaroso, a la película Apocalypse Now, con la aparición algo exótica del actor Juan Diego (Requena), que vive solo, apartado, feliz con una nativa de allí, del Amazonas, y sus hijos. Un coronel Kurtz, simpático, surrealista, con tintes hippies, en su vestimenta  (con ropa del siglo XVI, pero con fisonomía hippie) y filosofía de vida. Derrapa ahí un poco la película, aunque salva su papel el actor, que haga lo que haga a mí me parece que tiene algo.

          Anoche, a las doce menos cuarto, al salir, en seguida nos despedimos los amigos en la puerta de los Multicines de Cuenca. Hacía frío y nos fuimos cada mochuelo a su olivo. Antes de llegar al olivo, o sea, mi casa, me metí en el coche. Lo arranqué, y puse Radio Clásica, bajito para dejar espacio a las reflexiones que empiezan a surgir tras ver una película. Y me quedé con lo bueno: con esas escenas en las que retrocedí casi quinientos años, para internarme en la selva con nuestros antepasados, crueles y con una mano delante y otra detrás. Consciente de que tengo mucho que aprender de nuestra propia Historia, despojada de política. De no juzgar el pasado con los ojos de hoy, pues nada tienen que ver las condiciones de cada época. Y me quedé con esa escena en que los españoles: navarros, extremeños o andaluces, cantan al son que marca Diego Paris (el criado de don Gonzalo, Marchena), un villancico del siglo XVI, "De los álamos vengo, madre", compuesto por Juan Vásquez, extremeño, músico renacentista. La expedición espera emboscada en algún lugar de la selva, y ahuyentan el miedo cantando juntos, apretados, serios, dispuestos a todo, con la cruz colgando del pecho aunque blasfemen en cada paso. Y así el director, sin estridencias que luego la policía de lo correcto pueda echárselo en cara, cantan, hermanándose, esa letra:

"De los álamos vengo, madre
de ver cómo los menea el aire,
De los álamos de Sevilla
de ver a mi linda amiga"

sábado, 22 de octubre de 2016

Película 10 EL MAESTRO DE ESGRIMA



     Hacía mucho tiempo que no veía la película, del libro hace todavía más. Me pasa con las películas basadas en las novelas de Pérez-Reverte que siempre he tenido grandes expectativas y luego casi todas han sido un "quiero y no puedo". No es que algunas no me gustaran; Alatriste de Díaz Yanes, con todas las faltas y sobras que tiene, la vi en el cine cuatro veces y en mi casa más de lo que manda el sentido común, para no creer que uno está en el Siglo de Oro cuando pasea por Madrid. Sin embargo, la adaptación que no ha sido floja, es que era deleznable (La Tabla de Flandes).
     Tal vez, La novena puerta de Polansky (basada en El Club Dumas de AP-R), puede ser una que esté por encima de las demás, aunque el final... en fin, vaya castaña de final.

     Retornando a El maestro de esgrima, que la he vuelto a ver en TVE 2, previo debate sobre el cine de aventuras, con Carlos Saura, Pedro Olea y otros directores, me ha redescubierto la mejor adaptación al cine de las novelas de AP-R y también me ha recordado al libro... y eso es lo mejor, porque el libro fue el primero que leí del escritor de Cartagena, y ahora, mirando desde el dos mil dieciséis a aquellos primerizos años noventa, puedo afirmar también que la historia de Jaime de Astarloa y de Adela de Otero, es posiblemente la mejor novela de AP-R, con permiso de Un día de cólera y algunos Alatristes (El puente de los asesinos me parece genial).

     La película se fundamenta según mi opinión en dos pilares muy resistentes: la fidelidad al libro y la recreación histórica. Y creo que ambos aspectos se asientan en el acierto total con los actores elegidos. Es decir que gracias al buen hacer, tanto de Omero Antonutti (Jaime de Astarloa), Assumpta Serna (Adela de Otero), en los personajes principales; así como Miguel Rellán (Agapito Cárceles, un periodista revolucionario) o José Luis López Vázquez (el comisario), en secundarios que aportan mucha verosimilitud al relato filmográfico; creo, como digo, que este puñado de actores logran ambas cosas: respeto al libro y eso que tanta falta le hace a una película histórica: verdad, que nos transmita verdad. Que nos creamos que estamos abriendo una ventana en el tiempo y estamos entrando en el siglo XIX español, en el caótico año 1868 español. Y lo logran.

     Omero Antonutti me parece que nació para hacer este papel; tras leer el libro, estás viendo salir de sus páginas, caminando, estirado y elegante al actor italiano. Es un personaje galdosiano, sin la caricatura de don Lope en Tristana, pero con muchas cosas en común.
     Assumpta Serna está muy al punto en el papel: delicada pero firme, grácil pero violenta... además ha contado Pedro Olea, entre risas mailciosas, que la actriz y Omero se llevaban fatal, no se aguantaron durante el rodaje, cosa de la que estaba encantado. Hay una escena especialmente buena, que ella borda espléndidamente, pero no puedo descubrirla aquí.
     Miguel Rellán sabe sacarle chispas a ese periodista nervioso, revolucionario y chillón, pero sin caer en la parodia. Creo que es uno de nuestros mejores actores.
     Y José Luis López Vázquez... viéndolo en esta película se me va confirmando el cuento de que esos actores de la supuesta españolada son menores, o que sólo sabían hacer comedia. De eso nada. Hace comisario de época, bien hecho y vuelvo a lo importante: el ser capaz de hacernos creer que estamos ante un policía de esa época. Impresionante.

     Gracias a TVE, por programar buen cine español en esta noche de otoño del dos mil dieciséis. Parece mentira.

viernes, 5 de agosto de 2016

Película 09 LA NOCHE AMERICANA

     
       
          El director Ferrand (François Truffaut) es como la estrella de ese sistema solar sobre la que giran todas las personas que trabajan en una película: actores, maquilladoras (en la película no hay maquilladores, no porque crea que todas sean mujeres), regidor, etcétera

          Habré visto más películas basadas en rodajes de otra película, pero la que más presente he tenido mientras he visto esta, ha sido "La mujer del teniente francés". Es de admirar la película que hizo Truffaut, donde nos enseña el interior de un rodaje: la dificultad de que la toma de una escena quede bien hecha, el difícil equilibrio emocional que se ha de dar para que todas las piezas encajen, la fortaleza y serenidad del director... y algo que me ha gustado especialmente: Truffaut hace un homenaje a aquellas personas que tiene cerca y son sus pilares, los que logran que los escenarios sean perfectos, los que tienen a punto el vestuario, los que se quitan horas de sueño para que todo funcione (aquí tenemos que destacar a la chica rubia, creo que una regidora maravillosa, que no duerme para ir al aeropuerto a por el vestuario que por equivocación estaban trasladando)...
          Ya admiraba a Truffaut por todas esas películas que hemos visto y nos han hecho disfrutar con la elegancia, el fino humor, la aparente frivolidad, las historias bien contadas, hasta meter al espectador en la piel de Jean Pierre Leaud (yo realmente descubrí a este director con "Las dos inglesas y el amor", una película de esas que no hace falta decir a nadie lo que ha sentido uno viéndola. Cuando terminas de verla, te sirve el silencio y la calma como confidentes de esa poesía que estaba en el aire del filme). 

          Una escena imborrable (entre tantas): con una música bien elegida, que surge de manera cómica y es melancólica finalmente , le traen al director un paquete de papel marrón con libros: y él, corta con las tijeras la cuerda de bramante blanco, y deja caer como si vertiera un tesoro sobre la mesa libros sobre Hitchcock, Godard, Buñuel... 

          La película es un homenaje al mundo del cine. Del cine de antes.

viernes, 29 de julio de 2016

Película 08 DALLAS BUYERS CLUB

          

           Hacía mucho tiempo que no me tenía una película pegado a la pantalla ciento doce minutos, bendito Matthew McConaughey  (Ron Woodroof en la peli). La verosimilitud de una película es todo; recordaba yo las sabias palabras de José Sacritán cuando hablaba de su oficio en la Fundación Juan March, y el porqué de la gente para meterse a ver un teatro, es decir, pagar su entrada y perder dos horas de su tiempo en ver un teatro. Y apelaba a que esas personas sentadas en su butaca estaban creyendo que el que salía a escena dejaba de ser ciudadano Sacristán para convertirse en otra persona, en un personaje, que debía intentar rozar el milagro de la creación, de Ser otro.

           Recuerdo las noticias sobre la pérdida de peso de McConaughey para encarnar a Woodroof, la verdad es que es impresionante verlo. Pero no basta con quitarse peso, ahí vemos una interpretación muy buena... transmite perfectamente la desesperación, y esa mezcla entre la extrema fragilidad de un hombre profundamente enfermo y el nervio restallante del que llega al límite cuando ve la vela quemarse por los dos extremos a mucha velocidad.

          Escenas impagables: (si usted, amabilísimo lector, no digo desocupado porque sin juramento me podrá creer, no quiero equipararme con Cervantes... como decía, lector, si no ha visto la película, hay muchas más pero yo sólo traigo dos) Escenas impagables, decíamos: cuando están en el supermercado Ron Woodroof (McConaughey) y su socio Ryon (Jared Leto), y se encuentran a un ex-amigo de Ron (lo dejan de lado sus antiguos amigos cuando se enteran que tiene sida). Cuando ve el ex-amigo con quién va Ron se empieza a reír... entonces Ron presenta a ambos, y Ryon tiende la mano al ex-amigo, pero éste se ríe y se da la vuelta. Entonces Ron le coge por la espalda, con un brazo en el cuello y el otro se lo inmoviliza, dejándole una mano libre, "¡dale la mano!" le grita Ron... el ex-amigo se la da de mala gana a Ryon. 
Otra escena brutal es cuando la doctora Eve (Jennifer Garner), se quita la venda de los ojos, e intenta colgar el cuadro de las flores de texas, pintado por la madre de Ron (éste se lo ha regalado en una cena que tienen). Cuando está intentando clavar un clavo en la pared, se da en un dedo, y es le chispa que hace explotar lo que venía reconcomiéndole todo el tiempo, la inutilidad de los tratamientos de su hospital y la certeza del engaño de las farmacéuticas... entonces empieza a golpear con rabia la pared con el martillo, y cuando ha dejado tres huecos como disparos de trabuco, cuelga de cualquier manera el cuadro, acaba de comenzar su mirar las cosas como son, y no como se plantean en su centro de trabajo.

           Esa entrega de dos estatuillas a McConaughey (mejor actor) y Leto (mejor actor secundario) son merecidas. 
          Peliculón, un aplauso.

sábado, 27 de febrero de 2016

CABALLO DE PICA (TVE, 1974)

          Caballo de pica forma parte de una "serie dramática dedicada a la difusión de relatos de notable valor literario, pertenecientes a la literatura española y universal", según explica la propia página de Televisión Española.
http://www.rtve.es/alacarta/videos/cuentos-y-leyendas/

          El mediometraje al que nos referimos, Caballo de pica, está basado en un relato de Ignacio Aldecoa, editado en 1961 por la editorial Taurus.



Se puede ver aquí el telefilm:
http://www.rtve.es/alacarta/videos/cuentos-y-leyendas/cuentos-leyendas-caballo-pica/3377399/

          El protagonista es un torero retirado de los ruedos, Pepe el Trepa , pobre, y que tampoco se puede permitir dignidad, él que tan altivo aparenta con una copa de fino en la mano. Manuel Zarzo  interpreta, domina, el papel, metiéndonos en la taberna de azulejos castizos (nos recordará a la serie Juncal que más tarde realizará con Paco Rabal), en la España de José Gutiérrez-Solana, en la ruindad que mira el perro de Goya cuando se asoma a nuestra alma en las Pinturas Negras, el mismo mirar de los ojos del torero saliendo de la plaza, después de una tarde de fracaso en el albero, y se encuentra con el sacrificio de un caballo de pica que ya no sirve, "contigo no me hace ninguna gracia" le dice el dueño al caballo que lo sujeta en suelo, en una escena llena de patetismo, mientras Pepe El Trepa se queda mirando la escena, mirándose a sí mismo en ese caballo al que van a descabellar, "ya no sirves para nada", continúa el hombre que ya prepara el cuchillo, "cuando un caballo viene a parar a la pica por algo será, digo yo", frase a mitad de camino entre la broma y la tragedia, tan sencilla, tan trascendental, tan mirar al vacío, que encierra toda la filosofía del relato y de la película; "y cuanto antes aviemos mejor", el hombre pone un oscuro énfasis en ese mejor, y vemos la escena que explica el título: un brazo armado de un cuchillo, que se hunde en la nuca del caballo. A continuación, la tela que cubría los ojos del caballo, se dobla y deja al descubierto la mirada de incomprensión, de auxilio, de un único ojo, que pugna por abrirse por última vez ; ahí sentimos el sobrecogimiento que nos quiere hacer llegar Aldecoa (y que el director consigue) y la contradicción que hay entre el término taurino "caballo de pica", caballo del picador; y por el contrario la escena del triste descabello del animal que han sujetado contra el suelo.

          Me ha recordado este telefilm a la película Calle Mayor, no por el tema, sino por la carcajada negra que resuena en todo el tiempo por detrás de las imágenes, hasta que se hace evidente en el grupo ese de españoles, que en ambas películas ríen abriendo mucho la boca, enseñando todos los dientes, cuando ven la desgracia, y desde nuestro sillón, nos movemos incómodos porque no nos gusta vernos así, tan desnudos, con tanta desgraciada verdad, en un espejo, y entonces pensamos que todos somos el caballo de pica de Aldecoa, cuando le dice el bruto del amo "cuando un caballo viene a parar a la pica por algo será, digo yo". Así de triste y de fácil. Hoy que somos tan modernos, despojados de toda esa tecnología y todo ese plástico que nos rodea y nos disfraza, qué cerca estamos de ese grupo de hombres atolondrados por el alcohol, enseñando los dientes cuando ven a alguien caer.