Coger el coche para ir a Toledo, cuando se ha ido a Toledo cientos de veces, fue algo así como cumplir un sueño. Todos los días se cumplen sueños de andar por casa, de conducir por La Sagra a poca velocidad, de caminar por Toledo.
Vas despacio por la A-42, escuchando las canciones de Lichis y Rubén Pozo, Mesa para dos, disfrutando cada kilómetro como si acabasen de construir la carretera y la estuviésemos estrenando. Eso es: estamos estrenando lo que era cotidiano.
No sé si es subjetividad, pero me pareció ver ciertas aves en el entorno del Tajo, que no se veían o era difícil verlas. El Tajo por lo visto sigue llevando la misma suciedad que la que llevaba antes del covid. Eso es lo que contó Eduardo Sánchez Butragueño en un archivo de audio de Ivoox: habían hecho pruebas al agua del río en tiempos del covid, y seguía dando resultados negativos; prueba, contaba él, de que no eran las aguas vertidas de la industria las que contaminaban, sino las aguas residuales de Madrid y otros pueblos, vertidas al Manzanares que llega al Jarama, afluente del Tajo.
"Cuando me paro a contemplar mi estado,
y a ver los pasos por do me ha traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado"
Aparqué el coche al lado del puente de San Martín, y desde allí hasta la plaza de San Román fui leyendo el soneto I de Garcilaso de la Vega, a veces caminando, a veces parado de pie, pocas veces sentado, en tiempos de covid sentarse no es buena idea, eres sospechoso (la mascarilla la llevaba puesta).
O sea que Garcilaso, cuando se para a contemplar su estado y ver el recorrido de su vida, observa que anduvo a veces perdido, y se da cuenta de que pudiera estar peor... ¿se refiere a su vida militar o amorosa? ¿A ambas? ¿Juega con la ambigüedad? Puede ser para sendos ámbitos: si un soldado como él, mira para atrás y es consciente de las veces que estuvo en lances propios de la milicia, sabe muy bien que podría haber acabado peor, sin vida o herido gravemente; del mismo modo, si un hombre al que le gustaban mucho las mujeres, como a él, mira sus pasos furtivos, sabe que aunque esté mal en el momento de escribir el soneto, la situación no es tan dramática... aunque el soneto sigue.
Directamente me he ido a su pedestal a la plaza de San Román, a pedirle que se baje y me cuente por su viva voz, qué es lo que dice el soneto. "Bien claro está, zagal", parece decir desde arriba, y no baja, está muy estirado "cuesta mucho ser Garcilaso, sin dejar que caiga ni la pluma ni la espada".
"mas cuando del camino estó olvidado,
a tanto mal no sé por do he venido;
sé que me acabo, y más he yo sentido
ver acabar conmigo mi cuidado"
En la edición que leo yo, de Cátedra, realizada por Consuelo Burell, nos dice que mi cuidado hace referencia a mi amor. A ver Garcilaso, he venido aquí a tus pies a intentar comprender: una vez que olvidas el recorrido, el camino, y te fijas únicamente en tu estado, no entiendes qué ha pasado... ¿cinismo? Vale, vale, no te enfades, pero es que pareces el típico galán de capa, espada, reja y farol de medianoche, y te quejas cuando eres tú mismo el que te metes en líos con las mujeres.
Y te pones muy drástico, sabes que te acabas, ¿que mueres?, que has sentido que mueres una vez que tu amor muere. Ya nada tiene sentido sin ese amor, ¿verdad? "Nada voy a decir, si no sabes leer ni comprender ni entender, deja mis sonetos y dedícate a otra cosa".
Me voy de allí, hacia la Plaza del Ayuntamiento, las telas verdes que cubren los andamios de la catedral no me ayudan a entender nada. Sigo camino del río Tajo, a ver si allí pesco las ideas más frescas del soneto. Desde el puente de San Martín hasta la catedral sólo me he encontrado a cuatro personas.
Al acercarme al Tajo, hallé un azulejo donde se leía "Aquí se alzaron las casas de Catalina de Salazar, esposa de Cervantes, y en ellas se alojaba el escritor cuando venía a Toledo", ahora sí, pensé, el espíritu de Cervantes me va a ayudar a comprender al poeta por el cual sentía el alcalaíno una verdadera admiración:
"Yo acabaré, que me entregué sin arte
a quien sabrá perderme y acabarme
si ella quisiere, y aun sabrá querello."
A ver, don Miguel, no baje usted tan rápido al río a dar una vuelta, escúcheme por favor: Garcilaso se está tirando al barro, no le importa echarse en brazos de la muerte pues todo lo apuesta por ese amor, aun a sabiendas de que la dama le dará la espalda y, por eso, sabe que morirá. ¿Don Miguel? ¡Oiga! Nada, ni caso. Garcilaso me desdeñaba, y Cervantes ni me escucha. Se va de su matrimonio a buscar musas moradoras del Tajo. Ya lo he perdido de vista. Bueno, menos mal que lo tengo con solo estirar el brazo desde mi cama para alcanzar a sus marionetas del Quijote.
Por toda la senda del Tajo hay muchos hombre y chavales pescando, en grupos pequeños. Algunos se ve que han llegado juntos, otros quedan allí, contentos de su estreno de antiguas cotidianeidades.
Hay dos chicos que están fotografiando a un pedazo de pez (black bass parece): mientras uno lo sostiene en cuclillas, cogiéndolo por la cola y debajo de la cabeza, el otro lo fotografía alucinadamente.
La luz de la tarde hace el paseo muy agradable por la senda ecológica. Hago una pequeña parada para hacer la foto del postureo: el libro, los cañaverales del Tajo y el puente de San Martín.
Se lo comentaba hace poco a una mujer mitológica que hallé en una cueva al lado del mar: hace unos años me interesaba que se pudiera aparecer el fantasma de Garcilaso en los alrededores de la plaza de San Román, hoy el misterio está más cerca y es más potente: Garcilaso estuvo aquí, y el traer sus versos a la orilla del Tajo es resucitarlo, ¿murió alguna vez?, es volver a poner su voz en la vida, en estos sonetos inmortales:
"que, pues, mi voluntad puede matarme,
la suya, que no es tanto de mi parte,
pudiendo, ¿qué hará sino hacello?"
Ni Garcilaso, ni Cervantes, ni ahora sus musas aquí en su hábitat fluvial me ayudan: todo está ahí en las palabras, terminando el soneto en ese desesperado y hermoso último terceto. Yo creo que Garcilaso está diciendo: si yo mismo soy capaz de matarme echándome en tus brazos, qué no serás capaz de hacer tú, que no es tu vida y la mía en poco o nada la tienes. Un llanto atormentado, del amante que da hasta la vida por el amor, por el desamor de la mujer que no corresponderá, a la que no le importará hacer todo el daño del mundo, pues no siente lo que él.
Me vuelvo ya, Garcilaso nos camina por dentro, nos viaja quinientos años, y nos recuerda que el amor, perdón, que el AMOR, es inmortal y hoy hemos vuelto a saborear ese dulce amargor.