Habría que empezar a enseñar Cervantes a los adolescentes no desde el Quijote con risa floja sobre el capítulo de los molinos, sino desde el propio milagro del escritor, que pasando guerras, hambres, cautiverios y pérdida de un brazo, no perdiese ni la vida ni la mano que le permitiría escribir el mismo Quijote. Es asombroso.
En la serie de Alfonso Ungría (director), la escena correspondiente al hierro con que marcaban en los Baños de Argel a los prisioneros cristianos me recuerda a un cuadro de Goya, Casa de Locos. Está conseguida esa parte de la serie, como el resto, por las escenas de un tirón y la crudeza visual. Los gritos de los que son marcados con el hierro candente son creíbles, como lo es la mirada de Miguel (Julián Mateos) cuando están marcando a su hermano, y no me parece mal asociar ya al actor con el autor de El Persiles. Tal vez un pero: la nariz parece algo más aguileña en el supuesto retrato de don Miguel en la RAE, pero no me importa; ahí está la frente clara, los ojos de la lucidez, los labios apretados dando cuenta de su discreción, su porte elegante y de aguante ante lo que venga.
"Hoy esta serie no se podría hacer", dice Alfonso Ungría en una entrevista que viene con los dvd. Y nadie la vería, añado yo, hoy. ¿Porqué? Muy sencillo, es imposible que quitando cuatro "enfermos" por la obra de Cervantes y por lógica, también de su vida, vea esta serie nadie más.
Relato una escena lenta (no es lenta, es vacía para los ojos llenos de pan) que hoy nadie aguantaría porque tendría demasiada ansiedad por ver qué es lo último que se les ha ocurrido a sus amigos del guasap, su ultimísimo mensaje de jotmeil, su inaplazable cita con el feisbuk... para que se me entienda: se ve a don Miguel ya anciano paseando con el licenciado, andan unos veinticinco metros en una secuencia deliciosa, porque creemos estar delante de Cervantes en el siglo XVII. Caminan pausadamente, hablan de forma tranquila, sin buscar emociones de artificio, el lenguaje es del siglo de oro sin ser demasiado rebuscado ni pedante, y lo más importante, parece que no pasa nada.Quiero decir que en esos veinticinco metros de demora constante, de gustación en el caminar de los dos, de palabras suficientes para dar contenido a ese hueco de película, no pasa nada y sin embargo, al igual que ocurre con algunos personajes y pasajes de el Ingenioso Hidalgo, tenemos la sensación de estar allí con ellos, de que ese aire castellano detenido en la imagen de la serie, es el mismo que respiraba Cervantes junto a su amigo el licenciado, en las horas postrimeras, donde, como el aire, también sus recuerdos y deseos parecen quedarse arremansados en el río del tiempo.
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