Sólo Alterio padre, aquí abuelo Bruno, se salva.
Disfruté tanto (tanto) del libro que se me ha hecho larga y en algunos momentos (ay) de bostezo la obra de teatro, vista ayer en la Latina. Sí que me gustó el principio: Bruno frente al relieve del sarcófago etrusco. Esa imagen encierra toda la filosofía que cabe en una maleta de viaje pequeña, y que es también la idea del libro.
¿Qué piensa, imagina, siente el viejo partisano ante ese matrimonio sonriente en el más allá? ¿Qué sueña delante de esa actitud ante la muerte de una cultura mediterránea y prerromana?
Bruno no es culto en el sentido enciclopédico del término. Es decir Diderot o Voltaire no le darían el diploma de culto. Pero las arrugas de la guerra y la honrada pobreza del campesino, el polvo del camino en sus manos, la sangre que vieron sus ojos y todo el Mediterráneo en sus venas... ¿no es otra forma de ser alguien enriquecido y enriquecedor para los demás?
Creo que es el pecado que cometimos la Humanidad, dividir esos dos caminos. Y ahí nos quedamos.
Recuerdo una entrevista entrañable que le hicieron a José Luis Sampedro, donde explicó el porqué de elegir la Italia de Mussolini y ese abuelo que vivió la Segunda Guerra Mundial, y no hacerlo sobre alguien que hubiera vivido la Guerra Civil española: en España todavía existían heridas cuando se escribió el libro (1985)... ¿y hoy?, ¿hoy, 2012, se puede escribir ese libro? Seguro que saldrá algún iluminado de cualquiera de los dos bandos, asegurando con rotundidad temeraria que sí.
El teatro: Julieta Serrano bien, la nuera bien, en fin si la obra tampoco es que sea mala... pero creo que aquí me ha pasado lo que dice una canción de Sabina:
Al lugar donde has sido feliz /
no debieras tratar de volver...
Aunque merece la pena pagar la entrada por ver a Héctor Alterio convertido en Bruno.
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