"El aire se llena de ensordecedor tronar de los cañones, el chasquido de los fusiles y el retumbar de la caballería" cuenta Jacinto Antón en su regalo de navidad para enfermos de la Historia en forma de artículo en El País. Cuenta que eso es lo que recrea en la novela su autor: Ildefonso Arenas, "impasible entre la ventisca, con las espesas cejas que le dan un aire de mariscal ruso casi heladas", decribe de él el periodista, y es que cuando uno pasa rápido las hojas del periódico, buscando la sección cultura donde de vez en cuando se encuentran tesoros como este, y se topa de repente sobre el título del artículo con un cuadro espectacular sobre una batalla (La defensa de La Haye-Sainte por la legión alemana del rey, de A. Northern) y más abajo y en medio del texto una foto con ese extraño señor, no sabe si es un lienzo de alguien de la época porque la niebla lo hace todavía más misterioso, si es un familiar descendiente de alguien que estuvo allí o si es el escritor, que es lo que se va haciendo evidente cuando miras más despacio, y ya empiezas a leer y emboscarte en la Historia gracias a la pasión que traslucen las palabras de Jacinto Antón.
"Piso en este día gris el embarrado campo de batalla de Waterloo...", comienza el artículo, como si ese barro, aunque manche tus botas hoy, fuera el mismo que pisaron los ejércitos de la batalla de Waterloo, "...y la tierra parece rezumar sangre bajo mi bota"; inmediatamente te sientes identificado con el periodista. Cuántas veces hemos tocado las piedras talladas de las murallas de una antigua ciudad o de un castillo, cuántas hemos mirado al suelo, donde sabemos por los libros leídos que por allí pasaron legiones romanas o personajes que nos mantuvieron despiertos noches enteras, pasando página tras página, como una acto fatal diría Borges, ya que no puedes detenerte.
No podía faltar Pérez-Reverte en el artículo, aunque no esté su nombre escrito por ningún lado, late la misma pasión por la Historia, y es que me parece haber leído del mismo Arturo alguna vez que un familiar suyo estuvo por los parajes donde se dan cita Ildefonso Arenas y Jacinto Antón, bajo bandera que enmarcaba en el suelo la sombra del águila. Pero donde más patente (de corso) se hace su presencia es cuando cuenta el periodista que "durante una parada piadosa en el Museo Hergé de Louvain-la-Neuve, me ha parecido escuchar entre las viñetas de Tintín el temible fragor de los coraceros".
El artículo es despiadado contra los que no queremos comprar más libros, y nos da excusas continuamente para romper ese pacto con nosotros mismos, de no ir a la librería a por más libros nuevos, y ceñirnos a los de la biblioteca, "Ildefonso Arenas (Madrid, 1947) ha alumbrado una novela extraordianria: por el tamaño (1.214 páginas: imaginen lo que es llevarla en Ryanair y arrastrarla por media Bélgica, lloviendo)", antes de seguir enumerando las razones que hacen de este libro una novela extraordinaria, esto de las 1.214 páginas me ha recordado algo que dice Fernando Fernán Gómez en la película La silla de Fernando: el actor comentaba que los españoles no es que tengamos envidia, es que es peor que eso, porque envidia sería querer escribir un libro como El Quijote, es decir sentarse y ponerse a la tarea, pero lo que nos pasa no es que queramos escribirlo, lo que deseamos es que no lo escriba nadie.
Y lo que me llamó en su momento la atención fue cómo en pocas palabras, tal vez de forma inconsciente, expresaba la inmensa dificultad que suponía (que supone) escribir El Quijote, aun siendo Cervantes. "Hay que sentarse y escribir 1.200 páginas".
Por otra parte eso de llevar un libro pesado de viaje como sé lo que es, me ha hecho sonreír, ahora que están tan de moda los libros electrónicos (la palabra moda se está volviendo anticuada, que no antigua, ya le gustaría a ella).
Ahora sí, transcribamos de Jacinto Antón más razones para salir corriendo a comprar el libro... "el asunto (la última campaña de Napoleón y el antes y después de la misma) y la calidad literaria. Es Álava en Waterloo una novela histórica de las importantes, grandísimo fresco de una época...".
Y si todavía nos quedaban dudas sobre si leernos el libro o no hacerlo, nos deja para la segunda mitad del artículo lo mejor: "se centra (el libro) en un personaje sensacional de nuestra historia al que resucita y reivindica: el militar y diplomático español "injustamente olvidado" Miguel de Álava (Vitoria 1772-Baréges, 1843"; el periodista ha encerrado entre las comillas "injustamente olvidado", no sabemos si mientras las tecleaba estaba sonriendo, pensando en que casi todos nuestros antepasados que han hecho en la Historia algo, son "casi siempre" olvidados. O tal vez sólo estaba transcribiendo lo que ha dicho o escrito del personaje el escritor.
"Liberal, ilustrado y sospechoso de masón, Fernando VII lo hizo encerrar, aunque luego se lo cedió a Wellington, al que no podía negarle nada", si Fernando VII lo hizo encerrar seguro que Miguel de Álava tuvo un comportamiento ejemplar.
"Liberal, ilustrado y sospechoso de masón, Fernando VII lo hizo encerrar, aunque luego se lo cedió a Wellington, al que no podía negarle nada", si Fernando VII lo hizo encerrar seguro que Miguel de Álava tuvo un comportamiento ejemplar.
Aparte de abrirnos el apetito lector, nos abre también el viajero: dan ganas de buscar por google maps los sitios, coger un avión y, libro en mano, revivir el mismo itinerario que hacen escritor y periodista. Mil gracias a Jacinto Antón por este artículo donde hemos sentido el estruendo de los cañones, los cascos del caballo de Napoleón huyendo cerca del puente sobre el río Dyle y estremecernos al escuchar "Keine gefangenen" en boca de húsares y ulanos.
Y antes de que se haga de noche tras la batalla, nos quitaremos el sombrero en la iglesia de Saint Joseph ante las estelas conmemorativas de los caídos en Waterloo.
(Esta entrada del blog hace referencia a un artículo publicado en El País, el lunes 24 de diciembre de 2012, titulado "Nuestro hombre en Waterloo")
(Esta entrada del blog hace referencia a un artículo publicado en El País, el lunes 24 de diciembre de 2012, titulado "Nuestro hombre en Waterloo")
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