Es inevitable acordarse de Gallipoli, la heroica película de Peter Weir, no porque fueran heroicas las razones de I Guerra Mundial, sino porque ver a esos muchachos llenos de vida ser llevados al matadero de las primeras trincheras-ratoneras, se convertía en algo triste, sí, pero con la fuerza del mito, que en estos casos fue verdad.
Poco podemos desde este humilde blog aportar a lo dicho sobre esa furia andante que tuvo por nombre Kirk Douglas (Coronel Dax en la peli), pero es también insuficiente lo que se diga de este actor; al verlo enfadado y harto ante tanto desmán de los superiores, está uno deseando que se quite con violencia y premura el uniforme gris de coronel, y aparezcan las sencillas telas de ciudadano romano de segunda, de Espartaco desatado, para apuñalar con saña a tanta gentuza con galones (no estaría mal que esto pasara en la escena del juicio a los tres inocentes soldados elegidos al azar, que saltara por encima de las mesitas versallescas y se liara con la faca a por los mandamases Douglas padre).
Si esta película la echaran en el cine, iríamos corriendo a pagar religiosamente nuestra entrada, para verlo intacto recorrer arriba y abajo las trincheras, como un tiburón perdido en un río gris, oliendo el miedo de todos los chicos, preparados y apunto para la matanza correspondiente.
Hemos empezado esta entrada del blog emparejando, emparentando Senderos con Gallipoli; se me ocurren otras dos películas relacionadas con una escena sublime, triste y esperanzadora a partes iguales. Esta es: aparecen todos los soldados en la cantina, emborrachándose a modo, y aparece el cantinero sacando del brazo a una bella muchacha sobre el escenario del local; cantinero que es como un Sancho Panza francés, pero que al bueno de Sancho este ruin y soez mesonero no le llega a la altura de las alpargatas. El cantinero, con la lascivia desbordándose por toda su redonda cara, hace reír a la concurrencia haciendo unas gracietas sobre la chica que no suelta del brazo. Esto de la diversión de la tropa en la guerra se supone en todas las guerras desde que el hombre campa por el mundo, pero adonde yo quería llegar es a la relación que tiene esta secuencia con la de unas chicas-Playboy bailando ante los soldados de Estados Unidos, en la película Apocalipsis Now; Con una pequeña pero irreconciliable diferencia entre las dos películas, la escena de las chicas-playboy no tiene un final moral explícito, Coppola deja al espectador ante sí mismo: te puede parecer bien, mal, regular o inevitable, pero no entra en más. Por otro lado, Kubrick sí termina la escena de forma distinta, deja un mensaje más claro: de repente la chica, libre ya de las garras del pequeño oso-hiena empieza a entonar una canción en alemán (recordemos que ellos ¡son franceses!), y los que hasta ese momento eran unos groseros y baobosos borrachos, van tornándose, a la velocidad que se pone el sol tras una colina, en mansos seres humanos, la melodía como un invisible ovillo de humanidad, va deshilándose y compartiéndose por todo el tugurio, las caras desencajadas se vuelven apacibles, nos recuerdan que esos hombres tienen madres, hermanas, novias o mujeres, esperándoles, cerca o lejos, y esa melodía cuya letra desconocen, va entrando en ellos, sacándoles lo mejor de sí mismos. Y es precisamente en ese momento cuando se me vino a la mente Casablanca, cuando se canta La Marsellesa en el Café de Rick, no sé explicarlo muy bien, pero sentí una emoción parecida. Hasta ese torbellino de fuerza que es el coronel Dax, que fue el mítico Espartaco, el obsesivo Van Gogh, es decir, el señor Douglas, al ver desde fuera todo lo que ocurre en el antro, nos regala una mirada y una expresión que nos enseña al gran actor, sutil cuando hace falta, aunque su fuerza aguarde latente.