Está
claro que es complicado saber qué personaje de los que viven en las páginas de
El Quijote dice esto:
“…he
oído decir que esta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y
antojadiza, y, sobre todo, ciega, y así, no vee lo que hace, ni sabe a quién
derriba, ni a quien ensalza”
Pero
eso no significa nada, me refiero a lo de saber quién dice esto en El Quijote.
Si fue Alonso Quijano, Sancho Panza, el ama, la sobrina, el bachiller Sansón
Carrasco, el cura, el barbero, el caballero del verde gabán… No es bueno, ni
malo, es la realidad: qué sorpresa nos llevaríamos si se borraran de una vez
todos los nombres de las portadas del total de libros que pueblan el mundo, no
podríamos jugar a la vanidad, ni a tener ídolos de carne y hueso, sólo
podríamos rendirnos a las palabras, a la tinta.
Y
no sé qué hace uno escribiendo sobre El Quijote, si no lo
lee ni Perry, es como un pozo de agua fresca y amarga en un castillo en ruinas,
abandonado a la hiedra, la lluvia y los atardeceres hermosos.
Una
vez, dando un paseo por el Rastro de Madrid, un gitano tenía una caja de
cartón, en la que ondeaba una pegatina que ponía Frutas Miramón, y sobresalían
restos de revistas, periódicos y otros papeles, hojeando estos restos de
naufragio, di con un cuento sobre El Quijote que venía suelto, arrancado de
algún recopilatorio de cuentos, se le veían las costuras a las páginas. “Me lo
quitan de las manos, primo”, me decía el vendedor, mirándome de soslayo. Tras
la típica charla de regateo de domingo de Rastro madrileño, completamos una
gran transacción comercial, me llevé las hojas que ya amarilleaban y hoy lo
transcribo:
CUENTO: EL CLUB CERVANTES
Una sociedad de amantes de El
Quijote, muy ricos, billonarios o trillonarios o más, conspira para que
desaparezcan de la faz de la Tierra todos los libros del Quijote.
Lo planean y lo hacen. Primero, el
club Cervantes será un equipo perfecto de Quijotescos quijotistas (la
preselección de personas es muy importante), frikis como ellos solos, y cada
uno en lo suyo (intentarán hallar gente que curre en distintos sectores) trabajarán
sin descanso: las ratas de biblioteca comprarán todo ejemplar que encuentren; los
mejores y más desalmados hackers del club
piratearán cada base de datos que contenga la obra; los mejores y más
tiburones comerciales que haya bajo el cielo cervantino llamarán a las puertas,
hogar por hogar, comprando los Quijotes que pueda haber en la casa (les resultó
mucho más fácil de lo que creyeron, “menudo torro me has quitao” decían
contando los billetes que les habían soltado los del club Cervantes).
Total, que poco a poco (Zamora no
se ganó en una hora), y al cabo de unos años, desaparecen los Quijotes, todos, y
para mejor faenar lo planeado, meten todo el material en un arca estilo Noé
pero más moderna, y tecnológica que te rilas, y bien alicatada el arca que a la
mínima la echan a pique, y se van todos los volúmenes al fondo del mar, a que
se los lean la Sirenita y su padre y el cangrejo ese de “Baaaajo del mar,
baaaajo del mar…”, porque los Quijotes buenos, las ediciones fetén están a buen
recaudo en una especie de mansión decimonónica inencontrable para google maps,
ni siquiera Bill Gates, ni Íker Jiménez con ayuda de Santiago Camacho y todo el
equipo de Cuarto Milenio son capaces de dar con la mansión, imagínate el poder
de los puretas estos ricos del club Cervantes.
En la mansión dichosa quedan
periódicamente para leer y releer el Quijote, a veces en silencio, y otras
hacen lecturas teatralizadas, con música clásica de fondo o jazz relajado.
En la mansión están prohibidos los
móviles, internet, la coca cola, hablar de política, de fútbol, de la familia y
de algunas cosas más, so pena de no volver a entrar nunca. Y no pasó nada. El
mundo siguió girando, y girando se ha quedado. Lo único reseñable fue cómo
informó Matías Prats del hecho (con su voz telediaria, no la de "¡pero esto qué es!", la otra): Misteriosamente han desparecido todos los
Quijotes del mundo, se cree que ha sido una mafia rusa, que quiere imponer en
el mundo la lectura de “Guerra y paz” de Tolstoi. Una vecina del pueblo de
Torrijos ha declarado que se sintió estafada por unos señores trajeados que le
ofrecieron dos mil pesetas. “Qué iba a saber yo…” decía con lágrimas en los
ojos.
Fin.
…………………………………..
Volviendo
al Quijote (¿nos habíamos ido?), y para terminar, os diré lo que le contesta
otro personaje al que decía lo de la Fortuna borracha y antojadiza:
“…no hay fortuna en el mundo, ni
las cosas que en él suceden, buenas o malas que sean, vienen acaso, sino por
particular providencia de los cielos, y de aquí viene lo que suele decirse: que
cada uno es artífice de su ventura.”
Quién sea el/la que diga
esto en la obra también se nos da una higa, lo sé, y se ha desaprovechado mucho
espacio aquí en hablar del ingenioso hidalgo. Mucho de lo nuevo de hoy parece
viejo, destartalado; hay más vanguardia en la modernidad de “La flauta mágica”
de nuestro hermano Amadeo que en esos adefesios cool que se ven en algunas
paredes, y nos los venden, como diría Arguiñano, rico, rico.