Cuando Cervantes venía montado a caballo cruzando La Mancha, como recaudador del rey, no estaban plantados estos arbolillos tan bien alineados a la derecha, ni el camino tan bien asentado, ni las huellas de neumáticos de tractores cruzaban esta tierra. Tal vez los olivos sí los vio así, y tampoco podemos estar seguros.
Pero el cielo sí. El cielo era este; justo antes de ver los molinos de La Mancha, aquí en Campo de Criptana. Qué recordó en la cárcel de la calle Sierpes para sonreír tristemente y escribir que unos molinos eran gigantes; qué preocupaciones tan graves nublaban su rostro, cuando una vez libre del cautiverio de Argel, tuvo que soportar otra prisión en Sevilla. Errando oscuro por su dura España que escribió Borges.
Creo que tienen razón los japoneses que vienen aquí preguntando por Don Quijote. Yo también he entrevisto a Cervantes, en el cielo incierto que hace de escenario para los molinos cervantinos, los que se ven cuando uno llega a la última curva del camino.